sábado, 2 de febrero de 2008

Inicios de la III Guerra Púnica

La III Guerra Púnica fue el último conflicto militar entre Roma y Cartago, desarrollado entre los años 149 a 146 a.C., que se saldó con la completa destrucción de la ciudad y la venta de los supervivientes como esclavos, desapareciendo para siempre el estado cartaginés, cuyos territorios fueron absorbidos por Roma.
Con respecto a las causas de la guerra, los romanos nunca perdonaron a Cartago
el haber llegado tan cerca de Roma. Tras la II Guerra Púnica, el tratado de paz consiguiente establecía que los cartagineses no podían tener una flota armada, ni tampoco hacer la guerra sin permiso de Roma. Por eso, cuando Catón el Viejo visitó Cartago en el año 152 a.C., creyó que iba a encontrar una diminuta y mísera ciudad situada en una península africana: nada más lejos que la realidad. Los cartagineses, no pudiendo emplear su dinero en guerras, y con una enorme capacidad comercial que les hacía convertir todo lo que tocaban en oro, habían hecho de su urbe una ciudad magnífica, sobre todo comparándola con el inmenso barrio de chabolas que era Roma en esta época de su historia. Ante tal situación, Catón volvió a Roma bramando contra Cartago, diciendo que si dejaban que ésta se recuperase, volvería a entablar una guerra contra Roma, y que por tanto, y por razones de seguridad, Cartago debía ser destruida. Esta frase (Ceterum censeo Carthaginem esse delendam), constituyó el final de todos sus discursos, versasen sobre lo que versasen, durante los tres años que precedieron al inicio de la guerra. Uno de sus discursos más espectaculares fue el que dio en el Senado con un higo en la mano, procedente de Cartago según él (aunque muy probablemente fuera de su propia huerta, eso sí, de una higuera cartaginesa), argumentando que este higo representaba el inmenso poder civil, a la par que militar, de la ciudad de Cartago. Sin embargo, el inicio de la guerra se dilató repetidamente, debido entre otras cosas a la oposición del bando de los Escipiones, que consideraban que si el único gran enemigo de Roma era destruido, los romanos caerían en un relajamiento de costumbres que les conduciría a su propia decadencia.
No obstante, parece que las razones que tuvieron los romanos para destruir a Cartago no fueron tanto de rencor ancestral, cuanto económicas. El comercio cartaginés por todo el Mediterráneo hacía la competencia, con sus productos agrícolas (higos, vino, etc), a los ricos latifundistas de Campania (Italia), y este competidor comercial les estaba arrebatando importantes beneficios. Basándose en esto, la aristocracia latifundista apoyó la idea de Catón, y ésta finalmente fue aprobada en cuanto se encontró una excusa adecuada para iniciar la contienda. Sin embargo, Catón murió poco antes o poco después de que se iniciara el conflicto que tanto había deseado.


Inicio de la guerra

Durante esta época, Massinisa, rey de Numidia (antigua sierva de Cartago, y su vecina), con el permiso de los romanos, realizaba continuos ataques a territorio púnico. Los cartagineses no podían defenderse, ya que necesitaban el permiso de Roma para hacerlo, y los latinos hacían siempre la vista gorda. Llegó un momento sin embargo, en que las humillaciones fueron tan fuertes, que el pueblo cartaginés depuso al partido prorromano que administraba la ciudad, y colocó al frente a unos dirigentes partidarios de responder a las provocaciones de los númidas. Respondieron entonces al asalto de Horóscopa enviando un ejército al mando de Asdrúbal, el cual fue desastrosamente derrotado. De esta manera, los romanos encontraron el motivo que anadaban buscando para de este modo iniciar la guerra: los cartagineses iniciaron una guerra sin autorización del pueblo romano.
Habiendo tomado conciencia de lo que eso significaba, los cartagineses condenaron a muerte a Asdrúbal y a los principales miembros del partido militar, y se enviaron dos embajadas para tratar de solucionar la situación. Sin embargo, Roma no aceptó las excusas cartaginesas, y declaró la guerra. En consecuencia, el gobierno cartaginés, en un intento de salvar la ciudad de su destrucción, decidió rendirse incondicionalmente.
En respuesta, el senado romano declaró que garantizaría a los cartagineses la libertad, la tierra, la propiedad y la existencia del estado, a cambio de la entrega de 300 rehenes elegidos entre los hijos de los dirigentes gubernamentales cartagineses, y a condición que se cumplieran las decisiones de los cónsules una vez se hubiesen asentado éstos en suelo africano. Como resultado, los rehenes fueron inmediatamente entregados.
Cuando los romanos llegaron a Útica
, ciudad africana sobre la costa del Mediterráneo (que ya se había rendido) exigieron la entrega de todos los pertrechos militares, orden que fue obedecida sin discusión. Pero no contentos con esto, los romanos transmitieron la orden terminante de destruir la ciudad de Cartago. Se dio a sus habitantes la libertad de escoger un sitio para una nueva ciudad donde ellos quisieran, siempre que la distancia del mar no fuese inferior a 80 estadios (unos 15'4 km.). Eso significaba el fin de Cartago como potencia marítima y comercial, quedando relegada a las actividades agrícolas.
Esta decisión carente de humanidad fue airadamente rechazada por la población cartaginesa, quienes asesinaron a todos los que de una u otra manera estuvieron involucrados en la entrega de Cartago a Roma. Aunque desarmada, Cartago estaba rodeada por excelentes fortificaciones que permitirían su defensa a los mismos ciudadanos aun con inferioridad numérica y de equipo con relación a los romanos. Con el fin de ganar tiempo para fabricar armas, los cartagineses enviaron una embajada a los cónsules romanos con el pretexto de acordar un armisticio a fin de negociar con el senado romano. Este fue rechazado, pero inexplicablemente los romanos no procedieron a asaltar de inmediato la ciudad.
Gracias a esto, los cartagineses pudieron prepararse para resistir el sitio, fabricando armas día y noche, construyendo máquinas de guerra (cuyas cuerdas se prepararon con cabellos de mujeres, quienes los donaban para tal fin) reforzando las murallas de la ciudad y amontonando provisiones en enorme cantidad. Asdrúbal, que después de su condena a muerte consiguió escapar y formar un ejército propio que ocupaba casi todo el territorio cartaginés, fue amnistiado y se le imploró que ayudara a la ciudad en ese momento de angustia, lo cual aceptó de inmediato. Increíblemente los romanos no sospecharon nada de estas acciones, pues cuando por fin se decidieron a asaltar la ciudad, se encontraron con la muy desagradable sorpresa de que ésta estaba completamente lista para defenderse.


El estancamiento romano frente a Cartago

Los primeros dos años de sitio significaron un fracaso total para los romanos. Para ellos, tomar la ciudad les parecía imposible, pues contaba con enormes recursos, sólidas fortificaciones y un gran ejército que impedía su aislamiento total. Tan incapaces se mostraron los romanos en las acciones militares que ni siquieran lograron paralizar la actividad comercial y militar marítima de los cartagineses. Como el sitio se prolongaba, los comandantes romanos decidieron permitir la entrada en su campamento de "elementos de distracción": prostitutas, comerciantes, y personas similares, lo que provocó un relajamiento catastrófico de la disciplina militar.
Mientras tanto, los círculos dirigentes romanos, avergonzados de la injustificable prolongación del sitio contra la ciudad, en el año 147 a. C. decidieron, aun en contra de los criterios legales vigentes, nombrar cónsul y comandante supremo del ejército romano en África al nieto adoptivo de Escipión el Africano, Publio Cornelio Escipión Emiliano, considerado el oficial más capacitado de todo el ejército romano. Sus virtudes habían quedado demostradas al dar solución a situaciones críticas del ejército durante el sitio de la ciudad africana, así como haber logrado resolver el muy difícil problema de dividir el poder entre los tres herederos del rey númida
Masinissa, quien le requirió para tal fin. Además, se decía de él que solamente un descendiente del gran Escipión el Africano podría derrotar a Cartago. Así pues, Escipión Emiliano toma el mando.

De inmediato se dirigió a África con refuerzos. Una vez allí, depuró el ejército de todo aquél que contribuían al relajamiento de la disciplina. Al ser restaurado éste, reanudó el adiestramiento de los soldados en la guerra, lo que le permitió enfrentarse al numéricamente superior ejército de Adrúbal en una gran batalla en la que los cartagineses perdieron 85.000 hombres. Esto permitió a Escipión rodear completamente la ciudad por tierra. La flota romana entró masivamente en el golfo de Túnez, impidiendo la salida de las naves cartaginesas. Por primera vez en el curso de la guerra, Cartago, durante el invierno del año 147 a. C., estaba completamente aislada del mundo exterior, lo que provocó la rápida disminución de sus reservas alimenticias, contribuyendo esto al brote y propagación de enfermedades que hicieron estragos entre la población de la ciudad.


La toma de Cartago

Al llegar la primavera del año 146 a. C. la población estaba tan debilitada por el hambre y las enfermedades que Roma decidió que era el momento de asaltar la ciudad. Los romanos penetraron por el puerto atravesando parte de las murallas mediante una grieta hecha en esta por uno de sus arietes. Además, con escalas y construyendo una torre de asalto en la muralla, consiguieron entrar pese a la fuerte resistencia de los ciudadanos.
Tras entrar en la ciudad, los romanos fueron recibidos por una verdadera lluvia de lanzas, piedras, flechas, espadas e incluso tejas que lanzaban desde los tejados de sus casas. Ante esto tuvieron que detener su marcha y con tablones, pasaron de vivienda en vivienda acabando con los habitantes de la ciudad, la mayoría de los cuales lucharon hasta la muerte. La lucha continuó y los ciudadanos iban cayendo uno tras otro. Durante seis días con sus noches los romanos y los
cartagineses entablaron una gran batalla urbana, cuyo resultado claramente favorecía a los primeros. El objetivo de las legiones era tomar completamente la ciudad, finalizando con la captura de la ciudadela fortificada de Byrsa, ubicada sobre la cima de una colina escarpada, en el corazón de la ciudad, punto a donde se dirigían los defensores en su continuo retroceder ante los romanos, quienes avanzaban demoliendo muros, abriéndose camino a través de montañas de ruinas o pasando por los techos de las casas y los edificios.
Los últimos supervivientes de la batalla de Cartago, unos 50.000, se refugiaron en el templo de Eshmún
(Esculapio para los romanos), situado en Byrsa, junto a su necrópolis sagrada. Allí, la mayor parte de los púnicos rogaron a Escipión que tuviera clemencia con ellos, incluso Asdrúbal, quien había logrado escapar tras la destrucción de su ejército y dirigía la defensa de la ciudad.

Escipión prometió respetarles la vida. Sólo quedaron en el templo los desertores romanos (cerca de un millar) que tras ver la gran traición de su general, se suicidaron, y también la mujer de Asdrúbal, que vestida con una túnica de gala, insultó a su marido y se dirigió a los romanos diciéndoles: "vosotros que nos habéis destruido a fuego, a fuego también seréis destruidos" y dicho esto besó a sus hijos y se lanzó a las llamas del fuego (hay versiones que dicen que acuchilló a sus hijos y los lanzó consigo al fuego). Los desertores también se sacrificaron en la misma pira. Una vez esto, Escipión Emiliano comenzó a llorar, y gritó en griego una frase de la Ilíada, referida a la destrucción de Troya: "Día vendrá en que perezca la sagrada Ilión, Príamo y el pueblo de Príamo, el de la buena lanza de fresno". Polibio le preguntó por qué mencionaba esta cita, y Escipión le confesó que temía que algún día estas palabras, aplicables ahora a Cartago, pudieran también utilizarse para hablar del destino de Roma.


La destrucción de Cartago

Los prisioneros fueron todos reducidos a la esclavitud y la ciudad fue totalmente saqueada tras su toma; sin embargo, la mayor parte se conservaba aún en pie. Después de la caída de Cartago, se presentó en el sitio una comisión del Senado romano para intentar decidir qué se haría con ella. Según los indicios, el mismo Escipión Emiliano y algunos senadores eran partidarios de que la ciudad se conservase, pero la mayor parte de la comisión se puso de parte de la opinión de que fuese destruida. Por tanto, Escipión ordenó a las legiones destruir totalmente la ciudad hasta los cimientos, continuando con la maldición eterna de su emplazamiento.

Las demás ciudades del norte de África que apoyaron a Cartago en todo momento corrieron la misma suerte. Las que se rindieron desde el comienzo de la guerra, como Útica, fueron declaradas libres y conservaron sus territorios. Las antiguas posesiones de Cartago constituyeron la nueva provincia romana de África, descontando algunos territorios entregados a los hijos de Massinisa como premio por su ayuda al estado romano durante la guerra.

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