sábado, 2 de febrero de 2008

III Guerra Helena : la expedición de castigo (Maratón)

Interpretación personal

Hay que destacar en primer lugar, cómo una situación de sometimiento sobre las colonias helenas de Asia Menor hacia el rey persa Dario, generará tensiones y enfrentamientos en las diferentes relaciones que se mantengan. Esto nos muestra como a lo largo de la historia los pueblos necesitan poder disponer de una libertad de actuación. De aquí que se produzcan en determinados momentos actuaciones de este tipo.Al mismo tiempo, también se debe de señalar el apoyo y colaboración entre Atenas y Esparta a favor de la colonia griega de Mileto a raíz de la sublevación que ésta había llevado a cabo.
En este sentido se pueden reseñar una serie de aspectos básicos:
  • Darío I, fue un rey que ya desde el inicio de su reinado tuvo que afrontar diferentes conflictos bélicos, lo que muestra que con el paso del tiempo sería un monarca acostumbrado a este tipo de contexto. Ante tal situación, debe mostrar siempre una agresividad e iniciativa, ya que cualquier muestra de debilidad que se haga patente va a significar con el paso del tiempo, la causa que provoque su caída. Es así cómo se organiza la tercera espedición de castigo, cuyo elemento más destacable es la Batalla de Maratón.
  • En este contexto, hay también que tener en cuenta otras variante, como lo es la economía, ya que es un elemento que puede generar numerosas tensiones.
  • Del mismo modo, otro aspecto a destacar es el tipo de gobernantes que reciben, como es el caso de Hipias, quién no gozó de grandes simpatías entre la población ateniense por su gobierno tiránico, lo que contribuye de forma creciente a incrementartodavía más los recelos que se tienen hacia el pueblo opresor.
  • Excesiva dependencia por parte de los persas con respecto a las naves o la caballería, lo que deja a la luz un claro punto vulnerable.
  • Es curioso también la creencia generalizada de la sociedad antigua con respecto al hecho de que todo giraba en torno a la voluntad de los dioses, lo cuáles podían beneficiarles si estaban de acuerdo con ellos, o bien perjudicarles si fuera al contrario.
  • Otro aspecto interesante, es el escaso sentimiento de unidad que existía en las polis griegas de la época, hecho que se aprecia muy bien en el momento en el que se instalan los persas en Maratón, ya que los atenienses tendrán que enfrentarse a ellos práctiacmente solos, recibiendo un pequeño apoyo de la polis de Platea.
  • Otra idea a destacar es la situación que plantea la propia Batalla de Maratón, donde vemos que no era un enfrentamiento únicamente entre dos ejércitos, sino también entre dos maneras de ver la vida de la época, de actuar, de pensar, en definitiva, entre dos mundo que chocaban entre sí.
  • Finalmente, no me gustaría acabar sin dejar constancia del origen del nombre de la Batalla de Maratón, ya que viene dado por la distancia que recorrió Filípides.

Desarrollo de la guerra

El gran Rey Darío I, tras el trato dado a su embajadores por atenienses y espartanos, decide organizar una expedición de castigo contra Eretria, en la isla de Eubea, y Atenas. Para ello, en el 490 a. C. y en la costa sur de Asia Menor, lejos del alcance de los barcos helenos, arma una flota en la que embarca unos 25.000 hombres. De ellos 10.000 son de caballería, la principal arma persa, Imperio donde las distancias son enormes y la rapidez es fundamental. Por otra parte, los pastos son abundantes, lo que en modo alguno sucede en la Hélade. Los griegos no tienen caballería. Tampoco emplean arqueros, ellos se manejan con los hoplitas. El resto del ejército persa eran infantería. El ejército lo manda Artafernes, sobrino de Darío. Como segundo al mando, el noble Datis, al cargo de la caballería. Acompañaba a los persas un traidor griego, Hipías. Había sido tirano de Atenas y había sido desterrado hacía no mucho. Todavía tenía partidarios en la ciudad de Atenas y se había unido a los persas, esperando recuperar el trono de la ciudad que lo había rechazado.


Expedición de Darío I
La flota persa desembarca en la isla de Eubea, sitia Eretria, que había contribuido con 5 naves a la revuelta jonia, y la toma, tras 7 días de sitio. Desde Eretria, y deseando castigar la insolencia ateniense, desembarcan el ejército en la llanura pantanosa de Maratón, por indicación de Hipías. Una pequeña península protege a los barcos (un pantano), a los guerreros que desembarcan y el lugar se encuentra a 42 kilómetros al noreste de Atenas. La llanura de Maratón, protegida por un pantano, era el lugar desde el que amenazar a Atenas y obligar a luchar a los atenienses en una zona propicia a la caballería persa.
Los persas se instalan en la llanura, esperando celebrar allí la batalla y poder usar su caballería contra los griegos. Los atenienses, al conocer el ataque sobre Eretria, piden ayuda a los espartanos. Éstos dicen que ayudarán, pero que antes tienen que realizar los actos rituales que preceden a la marcha a la guerra de los suyos. Estos rituales les impedirán llegar a tiempo a Maraton. Cuando el ejército espartano llegue a Atenas, camino del norte, la victoria ya será historia; reciente, pero historia.
Es así como los atenienses, con la ayuda de 600 hoplitas de la vecina Platea, se preparan para hacer frente al ejército persa. Los griegos alinean 10.000 hoplitas, frente a los 25.000 efectivos, entre caballería e infantería, de los persas. Los atenienses no tienen prisa por atacar, esperando la llegada de los refuerzos espartanos. Además, carecen de caballería y podrían ser tomados por los flancos o por la retaguardia y suceder lo peor. Los persas tampoco tienen prisa por celebrar la batalla, pues esperan que los partidarios de Hipías, al conocer la proximidad de su líder, les rindieran al ciudad, desprotegida de sus principales huestes. No obstante, hay que decir que la mayor parte de los griegos, salvo los espartanos, nunca enviaban a la guerra sino a la mitad de sus hombres. Las tareas de la tierra tenía también sus necesidades, y la propagación de la especie.
Pero pasan los días y nada sucede. De modo que los generales persas deciden pasar a la acción. Y toman una decisión equivocada: dividir el ejército. Datis, con la caballería, embarca sigilosamente de noche, esperando dirigirse a Atenas, sitiarla y que las puertas de la ciudad se les abran. Si no sucede así, pueden atacar a los griegos por la espalda, pues estarían los griegos entre dos fuegos. Saben que con la división corren un riesgo, y por eso lo hacen de noche y procurando que la maniobra pase desapercibida. El campamento griego está al otro lado de la colina y desde él no se domina la playa.
Pero si los persas cuentan con la ayuda de un traidor, Hipías, los atenienses no van a ser menos: varios soldados dorios, que militaban en el ejército persa, al conocer el embarque de la caballería, abandonan al Darío I, se pasan al bando heleno y cuentan apresuradamente a sus estrategas que los persas se han quedado sin caballería y que pretenden sitiar y tomar Atenas. Ante estas noticias, los generales atenienses, con Milcíades, político principal del momento, deciden atacar a la infantería persa de inmediato. Si logran una victoria rápida todavía pueden regresar a Atenas, antes de que los persas la sitien formalmente, y avisar para que la ciudad en modo alguno se rinda ante los persas.
Al ejército ateniense lo manda su estratego, Calímaco, que morirá en la batalla. Las falanges de hoplitas formaban normalmente un rectángulo de 8 filas de fondo y avanzaban en formación hasta el contacto con el enemigo, esforzándose en mantener esa formación durante toda la batalla, en la que los hombres de las filas extremas se esforzaban en herir con su lanza al enemigo más cercano. La formación en bloques de guerreros codo con codo tenía la virtud de que las bajas eran muy inferiores que en una lucha cuerpo a cuerpo. Los griegos eran muy conscientes de que eran un pueblo corto en número y llegaron a amoldar su forma de conducir la guerra a la política de minimizar las bajas. La falange actuaba como un solo hombre y avanzaba o retrocedía sin perder su formación.
En caso de lucha entre dos ciudades, la lucha de formación contra formación continuaba hasta que la que había perdido más hoplitas terminaba por romperse y debía huir, pues la otra se hacía dueña del terreno, ya que individualmente no era posible luchar contra una formación en falange. La ciudad perdedora perdía el acceso a su terreno de cultivo y debía proponer la paz con condiciones ventajosas para los vencedores. Con las bajas habidas, otro enfrentamiento de falanges estaba condenado a un nuevo y más trágico fracaso.
En tales condiciones bélicas, el escudo formaba parte principal del arma del hoplita. Perder el escudo en la batalla era considerado un delito, penado con la muerte, porque quedaba desprotegido el que lo llevaba y en consecuenci también el compañero de la izquierda. No tenía la misma gravedad perder la lanza o la espada.
El mayor número de los persas y lo ancho de la playa donde se iba a librar la batalla decidió a Calímaco, el estratego ateniense, a colocar sólo tres filas en el centro, mientras mantenía las 8 filas habituales en las alas de la formación. Por su parte, Artafernes coloco las mejores tropas, las más cercanas al poder imperial, en el centro, y las menos preparadas en las alas. El menú estaba servido.
El centro persa aguantó el choque del centro griego y aún le hizo retroceder, estando formado por los mejores soldados de la formación persa. No obstante, la superioridad griega fue patente en las alas, que cedieron ante el empuje de los hoplitas. Las alas persas se deshicieron y emprendieron la huída a los botes, que estaban apostados en la playa. Los vencedores griegos volvieron entonces sus armas contra el centro persa, que estaba propinando una buena paliza a su parte central. Los persas se vieron cogidos entre dos fuegos, llegando así el desastre y la posterior huida general.

El balance de Maratón se saldó con entre 6.400 y 6.700 muertos en el ejército persa, frente a sólo 192 hoplitas muertos entre los atenienses, entre ellos, Calímaco. Sin perder demasiado tiempo, el ejército ateniense se dirigió a su ciudad, amenazada aún por la caballería persa. Mandaron, cuenta la leyenda, a un corredor para que se adelantara y llevara la buena noticia a su ciudad. Es posible que tal cosa hicieran, era lo lógico: el mensajero cubrió los 40 kilómetros, dio la buena noticia y la leyenda comienza cuando nos dice que cayó muerto de cansancio en el momento siguiente. Era un digno broche a la heroicidad ateniense mostrada ante el enemigo.
Datis y sus caballeros pusieron pies en polvorosa, pues nada podían hacer por cumplimentar los deseos de Darío I. Las consecuencias de esta fugaz guerra serán importantes y positivas para Atenas, que se va a convertir en la polis líder del mundo heleno durante unos decenios. Pero faltan aún las mejores episodios bélicos. Porque si a Darío I le quedan pocos años de vida y este incidente no le quebranta demasiado, a su hijo Jerjes la derrota de Maraton le resultará una espina clavada y llegará a organizar un imponente ejército, no ya para castigar insolencias, sino para conquistar y adueñarse de la propia Grecia.














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